A veces me pregunto de dónde me llega esa fascinación por las civilizaciones antiguas. Cuando empece a trabajar y a ganar algo de dinero, mis primeros viajes largos siempre tuvieron ese denominador común. Querí­a ver con mis propios ojos los guerreros de Xian, los templos de Bagán, la esfinge de Gizeh, Angkor Wat o las pirámides de Tikal, entre otras tantas maravillas.

Antes de poder comprarme un billete en esos aviones tan caros, explore lo que tení­a más a mano: las catedrales y monasterios medievales, sobre todo en Castilla y León. De aquella etapa de reliquias y arte sacro, y de mis diez años en el Diario de Burgos, nació mi primera novela Lignum Crucis, que en su dí­a tambien me llevó hasta el Metropolitan de Nueva York detrás de los frescos del mí­tico monasterio de San Pedro de Arlanza.

Un poco más adelante en el tiempo pude acercarme hasta la Acrópolis de Atenas y, cómo no, a Roma. Para entonces ya viví­a en Tarragona, abducido por su asombroso patrimonio romano. Al igual que me sucedió en Burgos, -con su Catedral, Silos o Covarrubias-, durante años tuve acceso de primera mano a historiadores y arqueólogos; y poco a poco, sin hacer demasiado ruido, el germen de ‘El Proyecto Escipión’ fue posándose entre mis neuronas.

La novela empezó a cobrar forma cuando cayó en mis manos un estudio del profesor Carlos Espejo, de la Universidad de Granada, sobre penas corporales y torturas en Roma… Así­ surgió la idea original: ¿Que pasarí­a si a alguien se le ocurriese castigar los pecados del siglo XXI a la manera de los antiguos romanos? Y así­ apareció en mi vida Nestor Azcona, un antiheroe sin ninguna vocación que se ve arrastrado a investigar lo que parece una serie de escarmientos. Bajo la forma de un thriller de acción, El Proyecto Escipión propone un fondo de reflexión sobre los matices del bien y el mal y, en esencia, la legitimidad de la venganza.

Como escenario de fondo, siempre la magnetica presencia de ese mundo subterráneo, el de la milenaria Tarraco, oculta y misteriosa bajo la ciudad moderna. Un anciano testigo con 2.000 años de antigí¼edad que se permite, -ventajas de la edad-, relativizar nuestros códigos morales y burlarse de la fugacidad de la existencia y de las cuestiones que persiguen a los humanos desde el principio de los tiempos: a modo de ejemplo, la forma de educar a las nuevas generaciones o el camino hacia la madurez, casi siempre lleno de espinas.

Publicado en Zenda Libros. https://www.zendalibros.com/

Un viejo y sabio testigo de nuestras penurias