*Publicado el 15 de octubre de 2022 en la tribuna de opinión del Diari de Tarragona
https://www.diaridetarragona.com/opinion/tribunas/patrimonio-pobre-pobre-patrimonio-ND12663952
Es un placer saludarles de nuevo desde las páginas de opinión de este querido Diari en el que conservo numerosas amistades ‘gran reserva’ desde hace más de 20 años. En este reestreno me gustaría dejarles una visión en cuatro pinceladas sobre nuestro Patrimonio histórico. Quienes hayan tenido la santa paciencia de leer mi última novela, El Proyecto Escipión, un modesto homenaje a los vestigios romanos de mi ciudad de adopción, entenderán mejor la debilidad que siento por las piedras y la huella de las antiguas civilizaciones.
Las noticias en los últimos meses, en lo que respecta a la conservación del conjunto Patrimonio de la Humanidad, no han podido resultar más esperpenticas. Dejando a un lado el rayo que dañó la Torre de los Escipiones, seguro que todavía recuerdan los 12 famosos agujeros en la Torre de Minerva, uno de ellos en el valioso relieve de la diosa. Como las desgracias nunca llegan solas, hace un par de semanas nos hemos desayunado con la necesidad de desmontar parte de las gradas de la summa cavea del anfiteatro.
En mi modesta opinión, que se haya llegado al punto de arruinar una de las imágenes más icónicas de Tarragona es una buena metáfora de la decadencia. Los tecnicos hablan del efecto de las lluvias torrenciales y analizan el impacto del ferrocarril, pero las grietas más profundas las provoca la falta de atención prioritaria a este legado. A muchos se les llena la boca con el Patrimonio de la Humanidad, pero el orgullo no basta sin un plan de acción consistente.
Quizá el indicativo más transparente sobre el estatus que se le otorga al Patrimonio en la escala de prioridades se vislumbra a partir de la propia figura del concejal del ramo, alguien que ocupa esa cartera como fruto de un ejercicio de funambulismo político. No tengo nada contra el señor Hermán Pinedo, es más, algunos compañeros me lo describen como una buena persona, que gana en las distancias cortas. Sin entrar en su talante personal, de todos son conocidas las circunstancias de su aterrizaje en la vida pública.
Evidentemente, no se puede culpabilizar al señor Pinedo de los achaques del anfiteatro o del desastre de la Torre de Minerva, y todavía menos de la caída de un rayo caprichoso, pero a la hora de hacer balance, -ya con las elecciones a la vuelta de la esquina-, tampoco hace falta ser un lince para visualizar las carencias: su condición de historiador y sus conocimientos de arqueología no han bastado para corregir el timón de un barco que sigue a la deriva.
Se lamentaba hace cuatro años el concejal, tras estrenar despacho en la Casa Castellarnau, porque echaba en falta más interes político, un plan director y, sobre todo, un presupuesto acorde a la riqueza patrimonial de Tarragona. Aún concediendo al señor Pinedo, -y por extensión de responsabilidades al alcalde Ricomí -, el beneficio de la duda en materia de voluntad, las otras dos terceras partes de la ecuación siguen sin resolverse. Ni hay hoja de ruta, ni dinero para ejecutarla.
Cuestiones clave como la museografía o el modelo de gestión, -si es que existe alguno-, se mantienen en precario in aeternum. La intervención estrella de esta legislatura en el beaterio de Sant Domí¨nech (Ca l’Agapito) -cuyas obras de reforma cumplen un año- para hacer realidad el proyecto Porta Tarraco, el centro de recepción llamado a deslumbrar a los visitantes con una nueva experiencia museística inmersiva, curiosamente llega como herencia del siempre estigmatizado PP, en concreto desde el área de Turismo bajo el influjo de Inma Rodríguez-Moranta, la regidora que obró el milagro de dejar un buen sabor de boca incluso entre la órbita menos sospechosa de afinidad con los populares.
A falta de ver en que desemboca dicha Porta Tarraco, integrada por el Camp de Mart, la Volta del Pallol y la Antiga Audií¨ncia, el otro gran escaparate de Tarragona que es el festival Tí rraco Viva sigue infradotado económicamente y sólo mantiene el tipo por el heroico trabajo de los hermanos Seritjol, que van cumpliendo años sin un relevo claro cuando les flaqueen las fuerzas. Es probable que el ‘milagro’ actual no pueda sostenerse en el tiempo sin estructuras más profesionalizadas y menos personalistas.
Como suele suceder en estos casos, para ver la luz conviene preguntarse cómo se paga la fiesta. A estas alturas, queda claro que la vaca del presupuesto municipal no da para más, y que la escasa energía del Museo de Historia de Tarragona está agotada. Con alguna frecuencia se mira con envidia hacia el exitoso Consorcio de la Ciudad Monumental de Merida, que recauda desde el sector privado el 90% de sus más de siete millones de presupuesto. No hace falta irse tan lejos: la misma Catedral de Tarragona, con más de un millón de visitas desde 2012, ha sido capaz de multiplicar por diez sus cifras anuales tras modernizar su modelo cultural y turístico.
Por todo lo expuesto, queda bastante claro que la solución no entiende de siglas. No han servido ni las del PSC, ni ERC. Es cuestión de profesionalizar y estimular la colaboración público-privada, con más cuota de protagonismo desde la sociedad civil. Visto lo visto, quizá en esta ocasión sí pudiera servir PP: Patrimonio pobre, o su derivada, pobre Patrimonio. Como se suele decir aquí, el peix que es mossega la cua.